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Marta y el brillo de la Luna

Marta miraba fijamente a la Luna. La Luna se dirigió a ella, para su sorpresa. Sus palabras habían sido escuchadas por la mismísima Luna. Había sido un mal año, pero la Luna le había hecho una promesa a Marta.  Tenía que contárselo a su madre cuanto antes. Carmen no quiso escucharla, tampoco quería que su hija dejara de soñar. Ella no tenía por qué pagar las secuelas de su destino. La debilidad de su carácter y su inseguridad la tenían aprisionada en la morada de un tirano, esclavo de su propia cobardía e inseguridad.  Gilberta era una mujer poderosa. Siempre quiso ser tan poderosa como los hombres, o más. A sus asentados cuarenta años dirigía una multinacional con más de mil trabajadoras y trabajadores a su cargo. Este hecho le proporcionaba placer, pero no felicidad. Su sueño era poseer una empresa exclusiva de mujeres. No es que odiara a los hombres, simplemente los consideraba prescindibles. Nunca se le había conocido una pareja de hecho estable.  Agustina lloraba en silencio todas